viernes, 20 de noviembre de 2009

Si con San Juan el 24 no hay suerte, San Pedro, el 29, te da revancha.

La esquina de 23 y 18, donde se hacía la fogata de San Pedro. Enfrente, el inmueble donde estaba el almacén de Luis Alippi.

Para los cristianos, el 29 de junio es la fiesta de San Pedro y San Pablo, el primer Papa y el gran Apóstol de los Gentiles. Según la tradición, ambos fueron ejecutados al amanecer de ese día del año 67, por orden de Nerón. Pedro fue crucificado cabeza abajo, según su deseo, en la Colina Vaticana, porque consideró indigno morir como su maestro. Pablo fue conducido a Ostia, lugar próximo al río Tiber, y allí fue decapitado. Su cabeza al caer dio tres saltos, y del suelo brotaron otros tantos manantiales. Aún hoy los peregrinos que van por la Vía Ostiense se detienen allí para llevar agua de las fuentes milagrosas.
Según Eduardo Alizeri, en su libro “Reminiscencias mercedinas”, la más concurrida de las fogatas que ese día se realizaban en Mercedes era la de la esquina de 23 y 18, centro mismo del Barrio San Pedro, frente al almacén de Luis Alippi.
Este ritual cristiano asume una antigua tradición y en la noche más larga del año enciende la máxima luz de esperanza para los hombres, con el consecutivo alargue de los días y, en las mujeres, se renueva la esperanza de conseguir novio si con las cédulas de San Juan no tuvo suerte, ya que este festejo era muy concurrido y las chances de conocer gente se ampliaban.
En un lugar reservado del corralón del negocio se iban acumulando toda clase de cajones, maderas de distinto tamaño y todo otro elemento que fuese combustible y que cada vecino aportaba en la medida de sus posibilidades. Los trabajos de preparación de este tradicional festejo comenzaban un mes antes.
Lo más destacado de esta fogata era el gran muñeco de arpillera, con su cuerpo relleno de trapos, pajas, papeles, cohetes, sal en abundancia, petardos, etcétera y se le colocaba un saco grande, un sombrero y unos largos pantalones. Ya desde el día anterior a la quema se comenzaba a preparar la pirámide de gran altura, que hasta llegó a superar los seis metros. Desde lo alto de los edificios ubicados en las cuatro esquinas de la 23 y 18, se tendían cables y, en el cruce de estas construcciones, se colgaba el tan mentado muñeco o “Judas”.
Para la hora 22 estaba todo listo. La banda de música de la ciudad compartía su repertorio con todos los presentes y alegraba el ambiente, mientras que la usina se encargaba de anular la luz de ese sector de la ciudad, logrando que el fuego se viera a varias cuadras a la redonda. Los concurrentes realizaban juegos y tiraban cosas a la pirámide. Alguna vez se supo de un nieto que tiró el bastón de su abuelo, al que devolvieron en andas a su casa.
El momento cumbre era cuando las llamas alcanzaban al muñeco que, al griterío y a la música, se le sumaba el tiro de cohetes, produciendo mucha algarabía en la gente.
Terminada la combustión y cuando la pirámide y el muñeco ya eran escombros humeantes, los vecinos de la zona degustaban de los famosos y exquisitos “bollitos brasileros” que fabricaba Juan Hurley, que tenía su negocio cerca de donde se hacía la fogata.

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