miércoles, 11 de noviembre de 2009

La masacre en el atrio de la Iglesia. Segunda parte: Fraudes y avivadas en la votación.

La esquina de la 24 y 27. En teoría, donde está ese cantero circular, estaba el atrio de la vieja Iglesia, donde se produjeron los incidentes.

En las elecciones de finales del siglo XIX solían ocurrir cosas extrañas. Una de ellas era decirle al sufragante del partido opositor que la “papeleta” presentada no era la suya y que, por el contrario, era de algún muerto. Esto traía aparejadas largas discusiones entre el oficial de mesa y el dueño del documento. La libreta que se utilizaba para votar carecía de valor al no tener foto, por lo que, el impugnado volvía al atrio con su caudillo y un testigo para probar que era el dueño de ese documento.
Antes de la Ley Sáenz Peña, un individuo podía llegar a votar tres o cuatro veces con libretas de difuntos y para despistar, cambiaba su atuendo. En las elecciones de marzo de 1898, Javier Arce voto cuatro veces: una con su propia libreta y las tres restantes con la de muertos. Por otra parte, Don Prudencio Cascallar, antioficialista, contó que no le permitieron votar con el argumento de que él no era precisamente Cascallar, con el agravante de que el que lo impugnaba lo conocía muy bien y hasta eran parientes lejanos.
Otra historia de esas nefastas elecciones fue la de un hombre que, caminando por los techos de la Confitería de Raymúndez (24 y 29), donde durante más de medio siglo estuvo el Bar Capurro y hoy hay una heladería, llega hasta la cornisa del Cabildo y por ella hasta el reloj, todo a la vista del público. En cuestión de segundos le dio una vuelta a la aguja que marcaba la hora y la puso sobre el número 4, lo que indicaba que era la hora 16 y que las elecciones finalizaban. Entonces, haciendo estallar una bomba se daba por terminada la votación. Todos los papeles se llevaban al Palacio Municipal para contar los votos, mientras que en las afueras se originaban protestas por parte de los que no pudieron votar.

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