Según la creencia popular -de corte pagano- en las noches mágicas de los festejos de San Juan y San Pedro se produce la comunicación entre el mundo profano y el mundo sagrado. Estos hechos se manifiestan en humildes milagros: confraternizan ricos con pobres, se comparte la cena con desconocidos, las niñas sueñan con quien ha de desposarlas, y las viejas enseñan los ritos que curan el mal de ojo y el empacho, cuyo poder efectivo sólo entonces puede transmitirse.

Luego, se iban retirando cédula por cédula de esa caja en forma alternada, anotando qué nombres iban saliendo y poniéndolos en una lista, formando parejas que, en varias oportunidades, coincidían con la realidad y, entonces, los presentes les hacían chanzas.
Este manipuleo de papeles se lo hacía tres veces y, si se daba el caso de que al cabo de tres vueltas el resultado fuese la verdad del “noviazgo” o la “simpatía” que flotaba en el ambiente, se los colocaba primero y con letra distinta a los demás nombres de las parejas formadas. Al día siguiente, estas listas se publicaban en los diarios locales.
El número de cédulas, por lo general, era impar y, al formar parejas, sobraba alguna, que representaba al solterón o la solterona. El juego se repetía en las vísperas de San Pedro, la noche anterior al 29 de junio, con la diferencia de que las parejas ya formadas oficiaban de madrinas y padrinos de las que se iban a formar.
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