domingo, 20 de junio de 2010

Sobre brujos y curanderas III. Doña Rosaura Giménez, maestra en daño y ligadura. Segunda parte.

La ligadura o el lazo ahora es un rato que está bastante retirado de la sociedad, aunque en varias provincias del norte argentino se sigue practicando.
Polvo de panza de araña echado en el mate era una fórmula muy usada y, si no funcionaba, un mechón de la persona a contraer y, junto con ese polvo, la bruja formaba un paquetito que se debía ubicar debajo de la cama de la moza.
En otros casos se le echaba mano a la fotografía. Los ojos y la boca se atravesaban con alfileres “patas para arriba” hasta advertir que el sujeto comenzaba a aflojar o a “cabestrear”, como decía la bruja.
En algunas partes del litoral argentino, por los años ´20, se utilizaba una vela y 9 alfileres. La vela representaba al hombre que se pretendía ligar, en cuyo cuerpo se clavan los alfileres del esta forma: tres en la parte superior de la vela, mientras se dice “No es vela la que clavo, es el corazón de (nombre del sujeto) para que no quiera más que a mi”. Luego, clavando otros alfileres dirá: “Clavo tu cabeza para que no pienses más que en mi”. Clavará también en la zona de brazos y piernas al rezo de “clavo tus pies para que sólo vayan camino a mi casa y clavo tus brazos para que no estrechen a nadie más que a mí”. Esto se hará por espacio de nueve jornadas, a mediodía y a la medianoche.
Cuenta Ortelli que Rosaura tenía pinchados sobre una toronja cientos de alfileres y que los ubicaba sobre los retratos, ya al natural y también calentados en una lámpara. También recomendaba, para curar el daño y la ligadura, largas sesiones de rezos y oraciones y cuando esto no daba el resultado esperado, en el caso del daño, hacia pasar de noche junto a la puerta del sospechado de la maldad y dejar caer allí una cruz formada con dos palitos de ruda.
Ni lerda ni perezosa, la bruja vendía por cincuenta centavos unos escapularios de género de cinco centímetros de largo por tres de ancho para evitar los efectos de otra brujería. Eran una especia de bolsitas que contenían yuyos picados, cabellos y ciertas partículas no identificadas; algo así, cuenta Ortelli, como un amuleto que mucha gente llevaba prendido o cosido en la ropa interior o en un bolsillo.
Un caso de ojeadura en un chico o un grande era una cosa muy sencilla de curar para esta mujer. Tiraba las cartas y ofrecía por cinco pesos unos misteriosos paquetitos para tener suerte en el amor, aunque su fuerte siempre fueron los yuyos.
Entre su clientela predominaban las mujeres. Además, elaboraba una pomada para eczemas de resultados muy positivos y si bien se sabía que en el compuesto entraba malva hervida, se ignoraba el nombre del otro yuyo, que tenía un poder desinfectante.
Abruptamente Doña Rosaura Giménez dejó la curandería y pasó a rezar en los velorios. Nunca se supo exactamente el porqué, pero en los años ´10 era muy común verla, casi siempre trabajando para la misma empresa funeraria, rezando en los velorios. (VER Velorio del Angelito)

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