domingo, 20 de junio de 2010

Sobre brujos y curanderas III. Doña Rosaura Giménez, maestra en daño y ligadura. Primera parte.

Los pobladores de Mercedes de fines del siglo XIX y principios del XX preferían casi siempre al mano santa antes que a aquél que había estudiado medicina en una universidad. La incultura que reinaba en ese entonces en los pueblos de este tipo permitía que la gente concurra a curarse con cualquier otra persona antes que con un médico. Además, la gente tenía miedo a estar en la camilla, a ser auscultado y a esos clásicos golpecitos en la espalda para saber cuál es el estado de los pulmones. Además, eran pocos los facultativos que había en el pueblo en aquélla época.
Cuenta Raúl Ortelli en su libro Brujos y Curanderas (Ed. Spalla, año 1966) que en esa época, una de las famosas curanderas que tenía la ciudad era Doña Rosaura Giménez y era siempre requerida porque curaba con yuyos, con palabras y hasta con partes de animales. Por ejemplo, recomendaba hervir una pezuña de vaca para neutralizar las molestias hepáticas. Con menta, miel y otras yerbas preparaba un jarabe infalible para la tos y en cuanto al reuma recetaba vino hervido con hojas de sauce o un caldo de apio.
Otro de los remedios que figuraban en el vademécum de Doña Rosaura era un pañuelo de hilo empapado con agua de pozo para el dolor de cabeza. Este pañuelo había que ponérselo sobre la frente cada dos minutos. Además, ya sea para humanos o para caballos, recomendaba poner un manojo de alfalfa debajo del colchón para detener la orina.
Esta magnífica curandera practicaba el daño y el ligamiento con alfileres colocados en cruz sobre el retrato o una prenda íntima del destinatario de la brujería, y agregaba, como complemento, extracto de limones verdes.

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