lunes, 15 de marzo de 2010

Sobre brujos y curanderas II. Cómo era la casa de una curandera y cómo curaba Doña Filomena Caricatto.

En Mercedes, al igual que en otras ciudades, los curanderos que curaban la ojeadora, el empacho, la culebrilla, el dolor de muelas y los agallones, eran calabreses y sicilianos, toda gente humilde que llegó a América con lo puesto o a lo sumo con algún atadito de ropa.
A casi ninguna mujer le faltaba una imagen religiosa, siempre santo devoto de la región de origen, al que se daba santuario en la propia habitación de las personas, ya que las comodidades del emigrante eran poco amplias. La madre, el padre, los chicos y el santo… que lo veía y percibía todo. Podía ser San Genaro, mártir, San Francisco de Paula, alguna virgen o el propio Jesús. Nunca faltaba en la casa de la curandera la inmaculada imagen de Pancho Sierra, casi como estandarte.
Cualquier imagen servía con tal de que fuera capaz de hacer milagros, que era en realidad lo importante. Ante esa imagen, a veces hasta de aspecto sombrío, rezaban todas las tardes mezclando los pedidos de buenaventura como las maldiciones más tremendas. Y allí, frente al Santo, la mamá curaba con palabras la ojeadora y otros males a los chicos del barrio.
Una de ellas fue Doña Filomena Caricatto, que solía curar los agallones rezándole a San Genaro en un dialecto casi endiablado. Era una especie de oración, luego, al finalizarla, la curandera lloraba copiosamente. El dolor se iba pasando y al rato el niño ya podía jugar de nuevo con sus amiguitos.
Otra forma de curar de esta señora era disolviendo los agallones con frotaciones y saliva mientras rezaba. Esta operación duraba unos diez minutos y el procedimiento evitaba dolores y molestias de mucha más duración, ya que los médicos aconsejaban gárgaras y otras curaciones durante cuatro o cinco días.
Las palabras que curan pueden consistir en oraciones recitadas al revés sin sufrir equivocaciones, insultos al Diablo, dichos en presencia del enfermo sin que éste las oiga o bien en presencia de un familiar, ya que la cura puede ejecutarse también a la distancia.
La tradición o leyenda indica que la transmisión de los dones para curar debe hacerse al filo de la medianoche, en viernes santo.

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