viernes, 27 de noviembre de 2009

El prostíbulo de 36 y 45, la otra Alegría del barrio y Santos Laya, cuchillero solucionador.

El barrio del Sapo y el de la Alegría rivalizaban mucho en los finales del siglo XIX y los principios del XX. El primero tenía los dos prostíbulos más importantes de la ciudad, mientras que el otro también tenía el suyo y estaba en la esquina de 36 y 45, con entrada por esta última. Estuvo en funciones hasta 1912 y era conocido como la casa de Gireau.
La particularidad que tenía este prostíbulo era que cuando había “diferencias” entre algunos de los concurrentes, estos se solucionaban en el baldío de enfrente o en un boliche con el que hacía cruz. Este bar era un lugar propicio para que los hombres dejaran sus dagas, facones o revólveres, ya que con ellos no podían entrar a la casa pública.
El encargado de cuidar el prostíbulo fue, durante años, un sargento de la Policía, quien palpaba sin excepción a todos de armas en la puerta, cosa que disgustaba a muchos criollos, en especial a uno de apellido Benítez, quien una vez disimuló el cuchillo en la manga y en el instante de ser palpado mató de una feroz puñalada al sargento.
Don José Santos Laya era el dueño de la pulpería que se encontraba frente al prostíbulo. Laya era un español de cuerpo menudo que resultó ser un cuchillero hábil y temerario. En las casas de tolerancia el órgano, la guitarra y el canto se usaban como diversión. Obviamente, el tango no faltaba nunca, con corte y quebrada, siempre generador de líos que se arreglaban en el baldío de enfrente o en lo de Santos Laya. Cuando la pelea se complicaba, el pulpero saltaba el mostrador, cuchillo en mano y peleaba con gusto para que el altercado entre esos hombres termine en los mejores términos posibles y el derramamiento de sangre se pueda evitar. Aunque eran entreveros que terminaban con tajazos y puntazos, no faltó algún difunto tampoco, eran peleas que Santos Laya los resolvía sin problemas para mantener la tranquilidad de su bar.

El velorio del angelito, La Alegría del barrio. Segunda parte. Las lloronas y los fantasmas.


Calle 37 esquina 38, donde Juan Fregossi le disparó al "perro" que se le apareció. Desde donde está ese tapial y hasta la casa que se observa, había un paredón y la cuadra que se ve, no existía.


En esta foto se puede apreciar la diferencia en el estilo del asfaltado, lo que indica que no se hicieron en la misma época.

No sólo era alegría el velorio del niño muerto, sino que también había que demostrar un poco de dolor, y para eso estaban las lloronas. Estas mujeres, por unos pocos pesos, cumplían con su misión específica y con lamentos invitaban a todos los presentes a acompañarlas en sus ruegos y sus llantos.
En las noches de velorio, en el barrio La Alegría solía aparecer por la calle 34 un fantasma de figura delgada, de aproximadamente metro ochenta de estatura, vestido de negro desde sus zapatos hasta el sombrero, un tanto echado hacia delante como para ocultar su rostro. En esa calle, entre 39 y 41, lo vieron una vez Eduardo Coudet, Alfredo Rudoni y Ernesto Suárez. Noches después, a pocas cuadras, en 36 y 37, José Peyruc y Raimundo Morales vieron una imagen parecida y, luego, Vicente Oreza se animó a formular la denuncia asegurando que también lo había advertido en la esquina de su negocio, en 34 y 41.
Nadie sabía lo que buscaba. Según cuenta Raúl Ortelli en su libro “La sangre en las esquinas y romances de la Guardia”, la aparición de fantasmas en esa zona de la ciudad era un tema que venía desde fines del siglo XIX. Si bien sucedió muchas veces entre 1918 y 1925, un diario mercedino narraba en sus crónicas la aparición de un personaje similar en 1895. Además, todos los que se lo encontraban en las cuadras de la ciudad esperaban ser asaltados y esto no ocurría. El personaje se aparecía ante los transeúntes y permanecía inmóvil, quieto, nada más que para asustar a quien tenía enfrente.
Otra de las características que tenía este fantasma era el de desaparecer con gran rapidez, sin hacer ruido ni dejar rastros. Una madrugada, Juan Loffiego llegó a la esquina de 30 y 37, donde estaba el viejo almacén de Don Dionisio Peyruc y se encontró con el fantasma. Loffiego decidió retroceder unos metros y luego, cuando volvió sobre sus pasos, el sujeto ya no estaba. Si bien no le pasó nada grave, Loffiego confesó que nunca más olvidó esa imagen.
Pero el fantasma podía tener forma de animal también. El ex empleado de la policía Juan Fregossi tuvo un extraño encuentro con un “perro” en la esquina de 37 y 38. Según Fregossi, “serían las dos de la mañana cuando llega a esa esquina en su caballo que, al espantarse, desmontó al jinete que, cuando miró fijo a ese monstruo que se le había acercado unos metros parado en dos patas le efectuó dos disparos. Fregossi corrió hacia su caballo, que estaba a unos ocho metros y, antes de montarlo, vio que el monstruo se le aproximaba otra vez. Entonces, le efectuó dos disparos más y se alejó a caballo del lugar. Treinta años después, Fregossi contaba por primera vez ese suceso, ya que nunca se había animado a hacerlo.

El velorio del angelito, La Alegría del barrio. Primera parte. ¿Qué es?

Fueron famosos los fantasmas y las viudas que aparecieron en el barrio La Alegría (ubicado en el rectángulo de calles 34 a 44 y 33 a 45) que asustaban a los mercedinos que andaban de noche por esa zona de la ciudad, en especial, en las manzanas comprendidas por las calles 39 y 41, 34 y 44. Estas historias ocurrieron en las primeras dos décadas del siglo XX hasta que el comisario Díaz Casado decidió desterrarlas para siempre prohibiéndolas porque eran fiestas de mal gusto.
El velorio del angelito es una reunión danzante que acostumbran realizar durante toda una noche, los padres de una criatura fallecida, toda vez que ella no fuese mayor de 10 años, en algunos lugares es menos, ya que hasta esa edad, la víctima es considerada inocente y libre de todo pecado. La creencia indica que el espíritu del niño ingresa al coro celestial y este es un motivo de regocijo para los padres que festejan el hecho con la reunión.
El cadáver se deposita sobre una mesa, que hace las veces de capilla ardiente, excesivamente alumbrado con velas de cera o cebo, previamente adornado con flores naturales o artificiales de múltiples colores. El techo de la vivienda, en la parte que cubre la ornamentación, es revestido con una sábana blanca a manera de cielo-raso, cubierto con pequeñas estrellitas hechas en papel dorado o plateado.
La encargada de preparar todo esto y mantener su cuidado durante la noche es la madrina del angelito. En cuanto al instrumento de música, se usa preferentemente el arpa, corriendo por cuenta del padrino la paga del servicio al igual que la bebida para invitar a los concurrentes. Como signo de despedida al ahijado, los últimos en bailar, ya al amanecer, son los padrinos y luego se dejan sentir las estrofas de la canción del angelito, motivo conmovedor en aires de alabanzas y bagualas, cantadas comúnmente por los mismos rezadores del lugar.
Al amanecer se recitan unos versos para "hacer volar al angelito" acompañados de Juegos de pirotecnia, tratando de no quemar las "alitas del angelito". La madre no debe llorar porque las mojaría y el fallecido no podrá volar para llegar al cielo.
En la actualidad está fuertemente arraigado en Santiago del Estero. El ataúd esta cubierto con un paño con flecos y a medida que van llegando a la Fiesta-Velorio en vez de expresar condolencias se acercan y hacen un nudo en alguno de los flecos del paño mientras piensa en un deseo que supuestamente "el angelito" llevará al cielo y abogará por el. En hogares muy pobres, el paño no existe y solo hay arriba de la cajita un manojo de hilos.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Si con San Juan el 24 no hay suerte, San Pedro, el 29, te da revancha.

La esquina de 23 y 18, donde se hacía la fogata de San Pedro. Enfrente, el inmueble donde estaba el almacén de Luis Alippi.

Para los cristianos, el 29 de junio es la fiesta de San Pedro y San Pablo, el primer Papa y el gran Apóstol de los Gentiles. Según la tradición, ambos fueron ejecutados al amanecer de ese día del año 67, por orden de Nerón. Pedro fue crucificado cabeza abajo, según su deseo, en la Colina Vaticana, porque consideró indigno morir como su maestro. Pablo fue conducido a Ostia, lugar próximo al río Tiber, y allí fue decapitado. Su cabeza al caer dio tres saltos, y del suelo brotaron otros tantos manantiales. Aún hoy los peregrinos que van por la Vía Ostiense se detienen allí para llevar agua de las fuentes milagrosas.
Según Eduardo Alizeri, en su libro “Reminiscencias mercedinas”, la más concurrida de las fogatas que ese día se realizaban en Mercedes era la de la esquina de 23 y 18, centro mismo del Barrio San Pedro, frente al almacén de Luis Alippi.
Este ritual cristiano asume una antigua tradición y en la noche más larga del año enciende la máxima luz de esperanza para los hombres, con el consecutivo alargue de los días y, en las mujeres, se renueva la esperanza de conseguir novio si con las cédulas de San Juan no tuvo suerte, ya que este festejo era muy concurrido y las chances de conocer gente se ampliaban.
En un lugar reservado del corralón del negocio se iban acumulando toda clase de cajones, maderas de distinto tamaño y todo otro elemento que fuese combustible y que cada vecino aportaba en la medida de sus posibilidades. Los trabajos de preparación de este tradicional festejo comenzaban un mes antes.
Lo más destacado de esta fogata era el gran muñeco de arpillera, con su cuerpo relleno de trapos, pajas, papeles, cohetes, sal en abundancia, petardos, etcétera y se le colocaba un saco grande, un sombrero y unos largos pantalones. Ya desde el día anterior a la quema se comenzaba a preparar la pirámide de gran altura, que hasta llegó a superar los seis metros. Desde lo alto de los edificios ubicados en las cuatro esquinas de la 23 y 18, se tendían cables y, en el cruce de estas construcciones, se colgaba el tan mentado muñeco o “Judas”.
Para la hora 22 estaba todo listo. La banda de música de la ciudad compartía su repertorio con todos los presentes y alegraba el ambiente, mientras que la usina se encargaba de anular la luz de ese sector de la ciudad, logrando que el fuego se viera a varias cuadras a la redonda. Los concurrentes realizaban juegos y tiraban cosas a la pirámide. Alguna vez se supo de un nieto que tiró el bastón de su abuelo, al que devolvieron en andas a su casa.
El momento cumbre era cuando las llamas alcanzaban al muñeco que, al griterío y a la música, se le sumaba el tiro de cohetes, produciendo mucha algarabía en la gente.
Terminada la combustión y cuando la pirámide y el muñeco ya eran escombros humeantes, los vecinos de la zona degustaban de los famosos y exquisitos “bollitos brasileros” que fabricaba Juan Hurley, que tenía su negocio cerca de donde se hacía la fogata.

¿Cómo ponerse de novio un 24 de junio? Los festejos de San Juan.

Según la creencia popular -de corte pagano- en las noches mágicas de los festejos de San Juan y San Pedro se produce la comunicación entre el mundo profano y el mundo sagrado. Estos hechos se manifiestan en humildes milagros: confraternizan ricos con pobres, se comparte la cena con desconocidos, las niñas sueñan con quien ha de desposarlas, y las viejas enseñan los ritos que curan el mal de ojo y el empacho, cuyo poder efectivo sólo entonces puede transmitirse.
El día de San Juan se festejaba la noche anterior al 24 de junio en una casa, donde un grupo de jóvenes se divertían jugando a las cédulas. Este juego se iniciaba cerca de las 22, con la preparación de dos grupos, uno de hombres y otro de mujeres, que esa noche han concurrido a esa casa. En papelitos se ponían los nombres de amigos y conocidos y se los metía en una caja.
Luego, se iban retirando cédula por cédula de esa caja en forma alternada, anotando qué nombres iban saliendo y poniéndolos en una lista, formando parejas que, en varias oportunidades, coincidían con la realidad y, entonces, los presentes les hacían chanzas.
Este manipuleo de papeles se lo hacía tres veces y, si se daba el caso de que al cabo de tres vueltas el resultado fuese la verdad del “noviazgo” o la “simpatía” que flotaba en el ambiente, se los colocaba primero y con letra distinta a los demás nombres de las parejas formadas. Al día siguiente, estas listas se publicaban en los diarios locales.
El número de cédulas, por lo general, era impar y, al formar parejas, sobraba alguna, que representaba al solterón o la solterona. El juego se repetía en las vísperas de San Pedro, la noche anterior al 29 de junio, con la diferencia de que las parejas ya formadas oficiaban de madrinas y padrinos de las que se iban a formar.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La masacre del atrio de la Iglesia. Tercera parte. Muertos y heridos

Desde los balcones de La Recova se tiraron varios disparos durante la mañana del 8 de marzo de 1898. En la otra imagen se puede ver la cantidad de gente que había ese día en el atrio de la Iglesia (extraída del suplemento del bicentenario de la ciudad del diario La Hora -25/06/1952)

Ese 27 de marzo de 1898 los problemas empezaron bien temprano, a las 8 de la mañana. El presidente designado oficialmente era Don Damián Mones Ruiz, pero los partidos opositores se aliaron y nombraron para ese cargo a Don Isidoro “El oriental” López. Luego de desatado el inconveniente y las discusiones y las peleas de turno, cerca de las 11 de la mañana y previa consulta con la Jefatura de Policía, el comisario Coronel decidió, previo desalojo del lugar, designar a Mones Ruiz como jefe del comicio. Entonces, en ese momento, el opositor Don José C. Acosta (tres veces designado Intendente entre el 1 de enero de 1890 y el 31 de diciembre de 1892) subió a una silla y gritó: “¡Vivan los partidos unidos y populares!”
Luego de ese grito, el mitrista Dolores Flores empujó la mesa junto a la que estaba sentado y desde allí disparó sobre Acosta, hiriéndolo de muerte en el occipital. Enseguida se produjo el tiroteo. Cuando terminaron las descargas sobre el piso del atrio, el saldo era lamentable: Acosta estaba grave, el joven Hilario Otamendi, moribundo, producto de un trabucazo disparado por el peón municipal Rosa Carrizo y el joven José Coglan estaba muerto. Su cuerpo, herido por una bala de Remighton, había quedado doblado sobra la puerta que separaba la Iglesia de la casa-habitación del párroco.
Otamendi fue llevado en una camilla improvisada tres cuadras hasta un negocio ubicado en la esquina de 18 y 29. Allí llegó el doctor Justino Ojea, que lo revisó, pero no pudo salvar su vida.
Terminada la balacera y calmados un poco los ánimos, se realizó por la tarde el acto eleccionario en el Cabildo, pero esas elecciones fueron anuladas por el Gobierno, puesto que los partidos opositores se negaron a concurrir.
El informe realizado por los inspectores oculares arrojó como dato que había en el Atrio más de sesenta impactos. La causa fue fallada el 11 de noviembre de 1900 por el Doctor Rafael López Saubidet, con la actuación como secretario, del escribano Tomás Jofré, luego afamado penalista. Se absolvió a Flores, Carrizo y Coronel, entre otros. Se condenó a Cecilio Maldonado a dos años de prisión y, por abuso de armas y lesiones a dos años a los vigilantes Castro, Romero y Navarro junto a ocho guardianes más, que recuperaron pronto la libertad.
Así terminó esta historia, con tres muertos, numerosos heridos y muy pocos condenados.

La masacre en el atrio de la Iglesia. Segunda parte: Fraudes y avivadas en la votación.

La esquina de la 24 y 27. En teoría, donde está ese cantero circular, estaba el atrio de la vieja Iglesia, donde se produjeron los incidentes.

En las elecciones de finales del siglo XIX solían ocurrir cosas extrañas. Una de ellas era decirle al sufragante del partido opositor que la “papeleta” presentada no era la suya y que, por el contrario, era de algún muerto. Esto traía aparejadas largas discusiones entre el oficial de mesa y el dueño del documento. La libreta que se utilizaba para votar carecía de valor al no tener foto, por lo que, el impugnado volvía al atrio con su caudillo y un testigo para probar que era el dueño de ese documento.
Antes de la Ley Sáenz Peña, un individuo podía llegar a votar tres o cuatro veces con libretas de difuntos y para despistar, cambiaba su atuendo. En las elecciones de marzo de 1898, Javier Arce voto cuatro veces: una con su propia libreta y las tres restantes con la de muertos. Por otra parte, Don Prudencio Cascallar, antioficialista, contó que no le permitieron votar con el argumento de que él no era precisamente Cascallar, con el agravante de que el que lo impugnaba lo conocía muy bien y hasta eran parientes lejanos.
Otra historia de esas nefastas elecciones fue la de un hombre que, caminando por los techos de la Confitería de Raymúndez (24 y 29), donde durante más de medio siglo estuvo el Bar Capurro y hoy hay una heladería, llega hasta la cornisa del Cabildo y por ella hasta el reloj, todo a la vista del público. En cuestión de segundos le dio una vuelta a la aguja que marcaba la hora y la puso sobre el número 4, lo que indicaba que era la hora 16 y que las elecciones finalizaban. Entonces, haciendo estallar una bomba se daba por terminada la votación. Todos los papeles se llevaban al Palacio Municipal para contar los votos, mientras que en las afueras se originaban protestas por parte de los que no pudieron votar.

La masacre en el atrio de la Iglesia. Primera parte: Cómo se votaba.

La Iglesia Catedral Nuestra Señora de las Mercedes, en la actualidad
Foto extraída de www.arteyfotografia.com.ar

José Evaristo Uriburu estaba en su último año como primer mandatario de la Nación. El 27 de marzo de 1898 se realizaron las elecciones presidenciales que ganó Julio Argentino Roca, quien asumió el 12 de octubre de ese año. En Mercedes era intendente José Prando, quien ejerció ese cargo entre el 1 de enero de 1897 y el 31 de diciembre de 1898.
En aquél momento y hasta la instauración de la Ley Sáenz Peña, las elecciones se celebraban en los atrios de las Iglesias. Los votantes debían formar filas de acuerdo al partido político al que iban a votar y el comicio estaba manejado por un Presidente que, al ser designado por el Gobierno, era oficialista. Este funcionario determinaba qué fila comenzaba votando. Naturalmente decidía que empezaran sufragando los que pensaban ideológicamente igual que él y el tiempo que tardaran en votar lo establecía de acuerdo a su conveniencia: cuando las filas en las que se encontraban los votantes opositores empezaban a exaltarse, éste indicaba que empezaran a elegir su voto.
Si con el correr de la tarde, el Presidente del acto electoral veía que había chances de perder porque las filas opositoras eran más largas que las oficialistas, podían ocurrir tres cosas: 1) Se intentaba persuadir a los votantes (una especie de compra del voto) y si este aceptaba, se cambiaba de fila; 2) el comicio se tornaba lento a través de la creación de inconvenientes, excusas y fallas, para que la hora de cierre llegara y los opositores no pudieran votar y 3) en un extremo recurso, se adelantaba una hora el reloj del Cabildo, que era el que regía la hora. Entonces, en un segundo, se movían las agujas de las 3 de la tarde a las 4, hora de clausura de la votación. Casualmente, en la fila oficialista no había nadie para votar y las opositoras desbordaban de gente.
Ese 27 de marzo comenzó cargado de presagios: la policía llegó al Atrio a pie y a caballo, con armas cortas y largas. Los guardianes de la cárcel también se hicieron presentes con sus fusiles y el Comisario Coronel no faltó a la cita con su arma. Los civiles también llegaban armados. El clima es de una violencia verbal inusitada. A las 8 y 15 de la mañana llegan los Fiscales de mesa, conocidos en esa época como Estructuradotes.
En los balcones del Cabildo, hoy Municipalidad, hay gente armada y uniformada, como también en el Atrio, lo que da a entender cómo estaban preparados los mitristas (oficialismo) ese día. Los elementos de los partidos opositores se encontraban sobre La Recova, en diagonal a la Iglesia y otros ocultos en la esquina de 22 y 29, donde está el actual edificio Apolo, donde funcionaba el almacén de Don Federico Ghiraldo, padre del escritor anarquista Alberto Ghiraldo, nacido en ese lugar.

La primera Iglesia de Mercedes, en 1761

La compañía La Valerosa arribó el 25 de junio de 1752 a lo que hoy es la ciudad de Mercedes con el fin de parar a los indios que se venían en contra de Buenos Aires. El primer asentamiento lo tuvo en las inmediaciones de donde hoy está la plaza San Luis, en la manzana rodeada por las calles 24 y 22, 15 y 13, aunque el fuerte lo construyeron unas 6 cuadras hacia el oeste, donde hoy está la Municipalidad, en 29 entre 24 y 26.
Con el tiempo, le necesidad religiosa generó la creación de una capilla. Esto ocurrió 9 años después de la fundación del Fuerte Guardia de Luxán, en 1761, por iniciativa del Padre Hilario Pavón, primer sacerdote que llegó a la zona.
La capilla se construyó en la misma manzana en la que ahora está la Iglesia Catedral Nuestra Señora de las Mercedes (calles 24, 27, 22 y Avenida 29), pero exactamente en la esquina de 24 y 27 y su frente miraba a lo que hoy es la plaza San Martín, como actualmente ocurre.
De la primera capillita se conoce que tenía un frente de 6 metros de ancho por 12 de largo y, a la entrada por calle 24, se le sumaba otra que daba a un baldío y miraba hacia calle 22. Detrás del altar el cura tenía su dormitorio en donde había un catre a tijera (cama ligera hecha con un lienzo de yute o lona sujeto a un armazón de madera y plegable a lo largo) que en algunas oportunidades era sacado al sol en el baldío lindante a la Iglesia. Para 1840 ese baldío fue ocupado por una pulpería que como anexo tenía un reñidero de gallos.
Entonces, luego de construida la primera Iglesia y de haber pasado el ataque indio de 1780, el escenario de lo que ahora es el actual centro de Mercedes era el siguiente: la Plaza, en el mismo lugar donde ahora se encuentra la San Martín; al este, donde ahora está el Teatro Julio C. Gioscio, el cementerio, creado luego del último malón, donde había enterrados unos 150 vecinos; al oeste, el Fuerte de la Guardia de Luján (actualmente el edificio municipal), al sur, la Capilla y al norte había una manzana con varios ranchos, el más grande ellos, ubicado en la actual confitería El Cabildo y en ese momento era una pulpería con varios ambientes.